Comentario
De lo que hizo el Adelantado, después que llegó a la Asunción y de lo que sucedió en la tierra
Luego que fue recibido el Adelantado y su gente con el amor y aplauso que hemos dicho, y examinados, obedecidas y cumplidas las provisiones y cédulas reales por los capitulares y demás personas, y dada la orden para el hospedaje de la gente, se determinó despachar socorro a los que venían por el río con el capitán contador Felipe de Cáceres, para lo cual fue enviado el capitán Domingo de Abreu, que encontró los navíos más abajo de las Siete Corrientes, tan a buen tiempo que venían ya muy necesitados, manteniéndose con yerbas, raíces y algunos mariscos que hallaban en la costa, trabajando día y noche a remos y sirga, de manera que fue Dios servido llegasen todos con bien al puerto de la Asunción, donde se juntaron más de 1.300 hombres, de quienes nombró Adelantado por Maestro de Campo, al capitán Domingo de Irala, cuyo nombramiento fue aceptado de todos. Luego fue despachado con 300 soldados río arriba, con orden de pasar adelante del puerto de Juan Ayolas, y descubrir otro más comodo, del cual pudiese haber entrada al reino del Perú, como lo habían tratado en España con Vaca de Castro; y habiendo salido Irala a esta espedición en sus navíos, subió por el río Paraguay más de 250 leguas, dejando más de ciento atrás la laguna de Juan de Ayolas, y llegando a los pueblos de indios llamados Orejones, a cuyo puerto llamaron de los Reyes: y procurando por todos los medios posibles de atraer aquella gente a buena amistad, tomó de ellos relación de la multitud de naturales que había tierra adentro, con lo que dio la vuelta a dar cuenta al adelantado de lo descubierto con la esperanza de buen suceso en lo que se pretendía. En este mismo tiempo se ofreció en la Asunción hacer otra salida al castigo de unos indios rebelados de la provincia de Ipané, que tomaron las armas contra los españoles, con motivo de haber enviado el Adelantado unos mensajeros al pueblo de Tabaré, donde estaba aquel hijo de Alejo García, portugués, de que en el primer libro hice mención, diciendo a los caciques de aquel pueblo le hiciesen el placer de despachar prontamente, quedando a su cuidado el cargo de satisfacerles; lo cual no sólo no quisieron hacer los indios, sino que luego con gran osadía y poco respeto prendieron a los mensajeros, y al día siguiente los mataron públicamente, diciendo: así cumplimos lo que ese capitán nos manda; y si los españoles se conocen agraviados, que vengan a satisfacerse que aquí los esperamos en este pueblo. Esta respuesta enviaron a decir por uno de los mensajeros, que para este efecto dejaron vivo; y visto por el Adelantado este atrevimiento de los indios, despachó a su castigo al capitán Alonso Riquelme su sobrino, con 300 soldados, y más de 1.000 amigos: y llegando al pueblo, halló juntos en un gran Fuerte de maderas más de 8.000 indios; y habiéndole ofrecido la paz, y que se redujesen al real servicio, como lo habían ofrecido, no sólo no lo quisieron hacer, antes dieron en los españoles una alborada repentina, con tal determinación que fue sangrienta la pelea con muerte de muchos indios, hasta que al cabo se pusieron en huida, mostrando los españoles el valor que debían. Luego salió el capitán Camargo con su compañía y 400 amigos a las chacras vecinas a proveerse de víveres, y los indios que habían tomado un paso estrecho, por donde volvían los nuestros, los acometieron nuevamente: aquí pelearon unos con otros con gran porfía, hasta que un soldado llamado Martín Bonzón mató de un arcabuzazo a un indio principal y muy valiente, que mandaba los escuadrones: con esta muerte desampararon el puesto, y se pusieron en huida con pérdida de mucha gente de ambas partes. Con esto se determinó poner cerco al Fuerte, y valerse de la fuerza de las armas; y previendo lo necesario hicieron algunas pavesadas, a cuya sombra pudiesen llegar a las trincheras y torreones que los indios tenían hechos. Hicieron rodelas de higuerones, para que con ellas y las adargas se esforzasen los soldados a romper la palizada; y estando haciendo estas prevenciones, salieron de improviso los indios por dos puertas a derecha de nuestro real, con tan gran denuedo que entraron hasta la plaza de armas, donde los españoles resistieron con tanto vigor que los echaron fuera. Este día el comandante mostró su valor y pericia: ordenó que saliesen dos mangas de españoles y amigos a pelear con ellos, y tomándoles el paso, se trabó una sangrienta escaramuza, en que murieron más de 600 indios, hasta que con la fuerza del sol se retiraron los nuestros a su real, y los indios con su palizada. El día siguiente enviaron los sitiados a decir al comandante que les diese tres días de término para consultar entre sí acerca de la paz que se pretendía. Concedióseles lo pedido para justificar más la causa de la guerra, ofreciéndoles perdón, si voluntariamente viniesen a la real obediencia. Mientras tanto entraban en el pueblo muchos socorros de gente y víveres; y cumplido el plazo, viendo que nada resolvían, fue de cumplido el plazo, viendo que nada resolvían, fue de común acuerdo determinado no darles más tiempo para reforzarse, y asaltarlos reciamente, para lo cual hicieron dos castilletes sobre ruedas, de modo que ascendieron en alto a la palizada: estaban tejidos de varas y cañas con sus troneras, por donde pudiesen disparar los arcabuces. Con estas prevenciones antes de aclarar el día se empezó el asalto por tres partes, dejando libre la del río por la incomodidad de la altura de la barranca. En la una parte mandaba Ruy Díaz Melgarejo, y en la parte del campo, Alonso Riquelme.
Con este orden cerraron todos a un tiempo, llegando a la palizada, donde fueron recibidos de los enemigos que se defendían desde sus cubos y trincheras con grave daño de los nuestros, que arrimaron sus torreones a las trincheras, desde donde arcabuceaban a los indios, que peleaban de dentro, y los de las pavesadas y adargas empezaron entre tanto con hachas y machetes a romper la palizada, por cuyas brechas entraron los soldados con gran determinación; aunque por la parte de Camargo andaban los enemigos insolentes y avanzados, porque le habían muerto dos soldados, y a él herido. A este tiempo llegó a socorrerle el alférez Juan Delgado, que rompiendo la palizada, se avanzó dentro con algunos soldados, y ganó un cubo en que tenían los indios la mayor fuerza. Por el lado opuesto estaba el capitán Melgarejo en bastante aprieto, riesgo y dificultad de poder entrar en el Fuerte por estar de por medio un foso muy ancho, para lo que le fue preciso echar dentro alguna madera para pasar a atacar la fortaleza. A este tiempo salieron por la parte del río dos mangas de indios, que cargaron a ambos lados del capitán Camargo y Melgarejo, y tomándolos por la retaguardia, les dieron una rociada de flechería, que dejó a los nuestros muy heridos; y volviendo cara al enemigo, tomando por espalda el Fuerte, de donde también los perseguían con las flechas, dieron una descarga en los indios con tal furia que los obligaron a retirarse, en circunstancia del aviso que tuvieron que por la parte del campo entraban ya la fuerza de los españoles, mandados por Alonso Riquelme, que cubierto de su cota y celada, con la espada y rodela, iba por delante de los suyos, haciendo gran carnicería en los indios. A este mismo tiempo Camargo con su gente pegaba fuego a las casas cercanas al Fuerte, de modo que el incendio ya iba a gran priesa alcanzando la plaza, donde estaba la mayor parte de los indios, defendiendo la casa del cacique principal, y las entradas de las calles, y rompiendo los nuestros por medio de ellos, llegaron y la ganaron con muerte de muchos indios, que allí estaban en un trozo de más de 4.000, haciendo tal resistencia, que no los pudieron romper, hasta que llegó Melgarejo con su compañía, y los empezó a desbaratar, y los indios acometieron con tal vigor, que mataron dos soldados e hirieron a otros muchos, y de allí retirándose a la playa, a guarecerse de las barrancas del río. Luego que se ganó la plaza, prosiguió Alonso Riquelme, siguiendo el alcance hasta acabar de echarlos, huyendo por todas partes. Unos se arrojaron al río, y otros tomaron algunas naos que allí estaban, y pasaron a la otra banda; y vuelto al pueblo halló que todavía se peleaba dentro de la casa del cacique, que era muy grande y fuerte, y tomando todas las puertas, entraron dentro y mataron a cuantos en ella había, con que vinieron a conseguir una victoria completa aunque muy sangrienta. Al mismo tiempo los indios amigos no dejaba cosa que saquear, ni mujer o niño con vida, que más parecía exceso de fieras que venganza de hombres de razón, sin moverlos a clemencia los grandes clamores de tantos como mataban, que era en tal grado, que no se oía otra cosa en todo el pueblo. Los españoles andaban con tanta saña y coraje, que no daban cuartel a nadie. Los capitanes recogieron su gente y mandaron poner en un montón en media plaza todo el despojo, y traídos allí los cautivos para hacer de todo igual repartición a los soldados amigos, hallaron más de 8.000 mujeres y niños, y más de 4.000 muertos. De los nuestros murieron cuatro de la compañía de Camargo, uno de la de Melgarejo y otro de la del comandante, y como ciento cincuenta indios amigos, aunque muchos heridos. Esta victoria dio Dios a los nuestros el año 1541 a 24 de julio, víspera del apóstol Santiago. Con esto los demás pueblos vinieron a dar la obediencia al Rey por medio de sus caciques comarcanos, pidiendo perdón de la pasada rebelión, lo cual se les concedió en el real nombre, y en el del Adelantado, y quedaron sujetos al real servicio, y escarmentados con este castigo.